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La tecnología vs los influencers de carne y hueso

El fenómeno influencer tiene nuevos miembros, aunque esta vez, no son de carne y hueso, sino personajes creados con CGI que se han convertido en verdaderas estrellas para usuarios y marcas.

 

Nacido a raíz del boom de las redes sociales, el fenómeno influencer se ha convertido en una verdadera epidemia en el mundo digital. Si antes eran muy pocos los que conseguían hacerse de oro subiendo posts con sus mejores poses en plataformas como Instagram, ahora casi todos los centennials aspiran a convertirse en influencer.

 

A la vista del interés que generan en las marcas y, en consecuencia, del dinero que mueven, no extraña que cada vez sean más los que intenten hacer de un hobby una profesión.

 

Sin embargo, esta saturación ha llevado a muchos a afirmar que la burbuja del influencer marketing ha tocado techo y, aunque la rentabilidad de las colaboraciones entre marcas y estrellas digitales es indudable, también conlleva ciertas dificultades.

 

Unos problemas que podrían desaparecer de la mano de la inteligencia artificial, germen de una nueva generación de influencers que, a pesar de no ser de carne y hueso, ya comienzan a abrirse paso y a despertar la admiración del resto de usuarios.

 

Ejemplo de ello son Lil Miquela o Shudu, influencers ficticias, pero con una apariencia muy real que han llegado a Instagram, de la mano del CGI, para revolucionar la red social y el negocio del marketing. Con 1,1 millones y 106.000 seguidores cada una, ya hay marcas que han puesto el foco en ellas convirtiéndolas en sus nuevas prescriptoras.

 

Sin embargo, la tecnología avanza mucho más rápido que la regulación y si la FTC (Federal Trade Commission) todavía tiene ciertas dificultades para establecer transparencia en las relaciones entre marcas e influencers, en el caso de estas nuevas estrellas el problema se vuelve mayor.

 

Hace algunos meses, la FTC establecía algunas medidas con el objetivo de dar a conocer a los usuarios si existe o no una relación contractual entre las personalidades de la red y las marcas que recomiendan o muestran. Así, se fijaba la obligación de señalar con una etiqueta si el contenido de un post era publicidad o un patrocinio, una norma difícilmente aplicable a la inteligencia artificial ante la dificultad para exigir responsabilidades.

 

Otro de los problemas que presentan estas creaciones es la preservación de la autenticidad del mensaje. Los detractores de esta nueva moda, sobre todo agencias de influencers, argumentan que estas estrellas de la red no pueden recomendar una prenda u otra por sus características físicas. “No pueden decir que una camisa es más suave que otro y por ese motivo deben comprarla los usuarios”, esgrime Ryan Detert, CEO de Influential, en Wired.

 

No obstante, hay marcas que ya encuentran más beneficios que perjuicios en este nuevo tipo de influencia social, sobre todo, a la hora de controlar el mensaje que quieren hacer llegar a su target pues se eliminan las fricciones que se generan en las relaciones con las personas (y sus egos).

 

Hay quien también apuesta por convertir estos avatares en un alter ego de los influencers humanos, algo así como duplicar su identidad para abrir una nueva línea de negocio con colaboraciones con distintas marcas, apuestas más arriesgadas y, al mismo tiempo, preservando la esencia que les ha llevado a la cima del social media.

 

Pero hay vida más allá del influencer marketing para estos denominados humanos digitales. Son muchas las compañías que ya trabajan en la creación de este tipo de personajes con el foco puesto en ámbitos como el servicio al cliente, la asistencia digital personal o el entretenimiento.

 

Si el realismo que desprenden estos humanoides ya impresiona, parece que solo estamos ante la punta del iceberg de lo que la prometedora inteligencia artificial puede ofrecer.

 

El avance y la mejora de esta tecnología nos encamina hacia un nuevo mundo en el que realidad y virtualidad se hibridarán de manera natural para hacernos caminar en la tambaleante cuerda floja que separa utopía y distopía. ¿Seremos capaces de mantener el equilibrio?

 

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