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La era de los influencers digitales

La digitalización amenaza a muchos de los empleos "tradicionales". Y los influencers no se salvan de esta nueva oleada de automatización.

 

El influencer marketing, en realidad, no tiene nada de nuevo. Lo que los anunciantes buscan en estos creadores digitales es lo mismo que buscaban antes en celebridades, más o menos conocidas: su capacidad de convencer a hordas de seguidores de que compren sus productos. Pero la digitalización está amenazando a una buena parte de los empleos tradicionales y los influencers también están en su punto de mira.

 

Cada vez la tecnología se está acercando más al ser humano y esto también es un fenómeno que se va a trasladar a las redes.

 

Solo hay que echar un vistazo a influencers compuestos de píxeles, como Miquela, una joven que lleva ya dos años siendo una auténtica instagramer. De hecho, Miquela ya promociona marcas como Prada, Supreme o Diesel, además de apoyar diversas causas sociales, como los derechos de la comunidad LGTBI, el movimiento Black Lives Matter o a los sintecho. A Miquela se unen otras influencers como la supermodelo digital Shudu, creada por el fotógrafo Cameron-James Wilson.

 

Estos personajes llaman la atención porque son una nueva forma de comunicarse en Instagram que no en el mundo digital, donde los avatares llevan mucho tiempo funcionando. Para las marcas, lo más interesante de estos perfiles es que permiten adaptar mejor los contenidos a sus propias necesidades, ya que se puede moldear su persona según interese.

 

Detrás de Miquela (y de Blawko22, un influencer virtual masculino) se encuentra la compañía Brud, un colectivo de artistas de Los Ángeles especializado en la “creación y gestión de talento artificialmente inteligente”. Afirman que Miquela es un robot “vivaz, valiente y bueno” programado para sentir empatía por los seres humanos.

 

Incluso la personalidad de la influencer hizo dudar a muchos al principio de si era o no una persona real, confusión por la que la compañía se ha disculpado. La influencer tuvo que confesar su verdadera naturaleza después del ataque de otra personalidad artificial, Bermuda, obra de la compañía de inteligencia artificial Cain Intelligence, conocida por sus apoyos a Donald Trump.

 

Según Maestre, este tipo de compañías deberían dejar clara desde el principio la naturaleza digital de su influencer. Lo contrario no es legítimo y no debería hacerse si el objetivo es engañar, entre otras cosas porque sería establecer un perfil inalcanzable como algo real a lo que aspirar y eso puede ser muy dañino.

 

Las agencias y las empresas tienen claro que esto llama la atención. ¿Por qué no enseñar un robot humanoide que está vendiendo productos o que está explicando cosas? Es una tendencia más dentro de todo el mercado que hay.

 

Por ahora, Instagram no mantiene normas distintas para los influencers virtual con respecto a su contraparte en carne y hueso. Tan solo imponen que el creador etiquete a las marcas “en los casos en los que se haya registrado un intercambio de valor entre un creador o un editor y un socio comercial”. Dichas etiquetas ya aparecen en varias publicaciones de Miquela, Blawko22 y Bermuda.

 

Ahora bien, por ahora los influencers pueden respirar tranquilos. Hay marcas muy jóvenes o muy tecnológicas con las que sí puede funcionar bien, pero es un planteamiento más puntual que un modelo de negocio establecido. El toque humano sigue diferenciando a los influencers de carne y hueso, un toque humano que por ahora los virtuales no han conseguido imitar del todo. Pero como señala Maestre, la imparable evolución de la tecnología permite dudar sobre si el futuro de la influencia también estará automatizado.

© 2023, Zurhtec

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